Milena Vargas Beltrán
Me remito a una historia que escuché de una mujer que quedó viuda y al poco tiempo su único hijo también murió, quedando completamente sola y sin ganas de seguir viviendo. Por supuesto, quedó destrozada y fue donde un curandero y le pidió algo que le ayudara a calmar su dolor infinito pues sentía que su dolor superaba el de cualquier otra persona en el mundo.
El curandero le dijo que podía ayudarle con una pócima muy eficaz pero que debería buscar una porción de arroz en un hogar en el que nunca hubiera habido dolor o aflicción y que con esa porción prepararía el brebaje.
La mujer salió del lugar y comenzó su búsqueda casa por casa intentando encontrar una familia sin aflicciones, ni dolor. Extrañamente no podía encontrarla pues todas las familias habían vivido algo que les había causado aflicción, por lo que se sentían destrozados de algún modo. Esta mujer comenzó a consolar a las familias y se dio cuenta que tal vez en ningún hogar encontraría la porción de arroz que necesitaba para su brebaje, pero que el dolor vivido podía llevarle a conectarse con el de los demás y aliviar el dolor de otros, que las personas podrían sentir su afinidad con ella y ella podía ver que no era la única que había sufrido.
Esta historia me trae al texto y me lleva a concluir dos cosas. En primer lugar que no podemos ayudar a otros si no hemos vivido situaciones que nos han marcado realmente, y es que no podemos entender un duelo si jamás lo hemos vivido, una situación de pobreza si jamás hemos estado allí en la necesidad, no entenderemos a otros si no hemos sufrido los dolores de una enfermedad o el desazón del fracaso, no sabremos que es sentirse solo si nunca hemos despedido a alguien que amamos o nos hemos alejado de alguien por nuestro bienestar y crecimiento.
Aquí me detengo a pensar que a veces queremos ayudar a otros pero también debemos saber dar la ayuda, y es que a veces creemos que ayudamos a otros pero desde lo que creemos que necesitan, no desde lo que ellos están experimentando. ¿Cómo puedo ayudar a otros si aún lidiamos con nuestro dolor y vivimos en un proceso propio? y es ahí cuando entiendo que la capacidad de discernimiento ayuda a comprender hasta donde mi situación va y realmente puedo darme el permiso de entender y analizar la situación del otro sin mezclarla con la mía o compararla. La escucha atenta y compasiva, la observación consciente del otro se convierten en filtros receptivos que se activan para ayudarme a ayudar a otros e incluso a mí misma a través de ellos. Y es que esos “filtros perceptivos” permiten generar una visión más clara de su problema y de lo que desde mi ser puede resonar para poder ayudarles.
Ayudar a otros nos permite ayudarnos a nosotros mismos, nos hace entender el dolor del otro, nos hace ser más humanos y corresponder a esa humanidad con una ternura consciente, capaz de borrar cualquier síntoma de fracaso. Ayudar a otros puede llevarme a vivir en el presente agradeciendo cada bendición, soltando decepciones del pasado y ansiedades del futuro.