La crónica, el telar del tiempo y la voz de la realidad:


Autora: Gladys Milena Vargas Beltrán

La crónica es un texto que permite relatar hechos en orden cronológico y describe la realidad de una forma sencilla y cercana a los lectores y a quien escucha. El cronista debe, por tanto, sumergirse en esa realidad, escuchar las voces de los verdaderos protagonistas de las historias, investigar a fondo, desde fuentes primarias las circunstancias, los hechos, sus causas y consecuencias. La crónica permite mostrar lo que ve el cronista, por eso su lenguaje es inmediato, directo y real. Dentro de la crónica se mezclan los hechos de la realidad con los sentires del cronista, pues muchas veces no logra desprenderse del dolor, la alegría, la compasión, la rabia, o cualquier sentimiento que esas realidades le producen. Así mismo, este tipo de texto permite que el cronista conjugue el lenguaje cotidiano y simple, con adornos literarios, con la adjetivación, con la descripción recreada de la realidad para que quien lo lee o escucha pueda sentir en carne propia, los olores, las formas, los sentires y las voces de los escenarios visitados por el cronista. Este tipo de texto da permiso al cronista de denunciar, de mostrar realidades sociales que son ignoradas por muchos y rechazadas por otros, por tanto, este tipo de texto debe ser la voz del que no puede hablar, la mirada del que tiene prohibido ver y el corazón de quien ya ha decidido no sentir, debido a la injusticia y la crueldad que le rodea.

La crónica nace en tiempos lejanos, cuando la colonización estaba a la orden del día, cuando los españoles se embarcaron en la conquista de territorios inhóspitos, de las supuestas Tierras de las Indias. Fueron la forma más sencilla en la que los monarcas decidieron enterarse de lo que sus conquistadores iban explorando, por tanto, se convertían en reporte gráfico y humano de todo lo que ellos percibían, la descripción más certera y rica en adjetivos que dibujaba la realidad para que los reyes pudieran casi que sentir esta experiencia con solo leerla, el poder de la palabra del cronista, quien desde siempre ha hecho que sintamos esas realidades lejanas como propias y como si lo estuviéramos realmente viviendo. Y uuien mejor que Colón para mostrarnos en sus crónicas, la plenitud de sus sentimientos en torno a lo que veía en cada paso de su recorrido en nuestras tierras:

…En ese tiempo anduve asi por aquellos arboles, que eran la cosa mas fermosa de ver que otra que se haya visto, veyendo tanto verdura en tanto grado como en el mes de mayo en Andalucía, y los arboles todos estan tan disformes de los nuestros como el día y la noche, y así las frutas, y así las yerbas, y las piedras y todas las cosas… (1962: 67).

“sierras y montañas, vegas, y campiñas, y tierras…; y papagayos… y aves, y pajaritos…, y arboles; y lagunas… y arboleda, y yerba… y todas las cosas…” (1962: 67).[1]

La crónica ha seguido posicionándose y a lo largo de la historia de la humanidad, ha venido convirtiéndose en un texto capaz de retratar realidades sociales, en un exquisito juego de adjetivos y sentires. Representantes de ella como Fernández de Oviedo, en los tiempos de la conquista, Carlos Monsiváis, retratando ese México que amamos y que queremos conocer por completo y cronistas como Jon Lee Anderson, quien en el diario The NewYorker nos lleva a esas realidades actuales, que están lejanas, pero que con su voz, son cada vez más vívidas y cercanas.

Virginia Rioseco (2008) se refiere a la crónica de esta forma:

En nuestra época, la crónica ha asumido un papel muy especial, ya que logra dar cuenta de los acontecimientos y, a la vez, muestra la experiencia de quien observa un hecho, quien, cual testigo, puede mostrar esa misma experiencia en el relato, que da sentido en su narratividad híbrida, vale decir a medio camino entre la ficción y lo real, tanto del espacio en que ocurrieron los hechos que se narran como del tiempo en que éstos ocurrieron.[2]

La crónica tiene una serie de marcadores periodísticos, literarios, informativos, que se conjugan con la ambigüedad del sentir del cronista y en eso, precisamente es que está su gran valor. Su valor pedagógico es indiscutible, pues a través de relatos increíblemente interesantes, el ser humano logra acrecentar su gusto por la lectura, así mismo, conduce a las personas de entender las cosmovisiones de otros, a informarse de las realidades ajenas a la suya y a fortalecer sus conocimientos en torno a esos hechos sociales que muchas veces, no pueden ser abordados del todo en una sola clase o unidad de aprendizaje. Aprovechar la crónica para estudiar, para aprender, o simplemente por el mero goce literario, es uno de los deleites que la raza humana tiene y del que casi no ha sacado provecho. Leer crónica siempre ha sido una experiencia enriquecedora, pero sin duda, producirla es el mayor placer.


[1] Colón, C. (1962), Diario de Colón: Libro de la primera navegación y descubrimiento. Edición y comentario preliminar por Carlos Sanz. Madrid: Gráfica Yaques.  

[2] Rioseco Perry, Virginia. (2008). La crónica: la narración del espacio y el tiempo. Andamios5(9), 25-46. Recuperado en 17 de julio de 2020, de http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632008000200002&lng=es&tlng=es.

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